PREGÓN DE LAS “FIESTAS DEL MEDIEVO DE VILLENA" POR CÉSAR LÓPEZ HURTADO. VILLENA 2017

Reproducimos el pregón completo de nuestro amigo y "Salicornio"  César López Hurtado en las pasadas Fiestas del Medievo en su Barrio... El Rabal. Felicidades de parte de todos los "Salicornios".
 
PREGÓN DE LAS “FIESTAS DEL MEDIEVO DE VILLENA 2017”
Señor Alcalde y Corporación Municipal. Asociación de Vecinos del Rabal, Asociación de la Ermita de San José.
Vecinas y vecinos del Barrio del Rabal. Ciudadanas y ciudadanos de Villena.
Amigos y asociaciones que nos honráis con vuestra cortesía al acudir a esta cita.
Mercaderes, artesanos, caballistas, juglares, saltimbanquis, arqueros, cuentacuentos, expertos en cetrería.
Grupos culturales y componentes de los distintos talleres artísticos. Voluntarios que hacéis posible las Fiestas del Medievo. Visitantes que nos distinguís con vuestro interés por conocer nuestro pueblo y nuestras costumbres.
Novios que vais a celebrar vuestro enlace matrimonial en el castillo y fortaleza de Villena.
Os damos de corazón nuestra bienvenida y deseamos que disfrutéis de la hospitalidad que os ofrecemos de corazón en este antiguo barrio y en esta noble ciudad.
Emocionado por la invitación que se me ha hecho a pregonar las “Fiestas del Medievo de Villena”, bien sé que no podré igualar a los pregoneros precedentes en su conocimiento de las costumbres y anécdotas populares expuestas en sus intervenciones, sólo me siento a su altura en el amor al Barrio del Rabal y a Villena.
Si decidí aceptar este honor fue porque se me dijo que el pregonero sólo había de contar su experiencia personal de las “Fiestas del Medievo” o episodios de su historia; y creo que eso sí está a mi alcance.
¡Comencemos, pues!
Se hace saber que el pregonero que os habla, se siente muy orgulloso de haber nacido en este barrio del Rabal; en la plaza de Santa María. Y está muy agradecido de haber sido distinguido, con el honor de anunciar estas Fiestas del Medievo.
También se hace saber la satisfacción que siento de que mis abuelos Hurtado, conocidos por “Faenas”, nacieran y vivieran en la calle de la Rambla. Incluso de que mi bisabuelo, José Hurtado López, fuera alcalde del Barrio de Onil en los años de 1904 y 1910.
Pero no nos hemos reunido aquí para hablar de mi familia sino de lo que son y fueron las Fiestas del Medievo. Fiestas declaradas Bien de Interés Cultural, que este año celebran la décimo sexta edición en su formato moderno. 
Digo formato moderno porque las Fiestas del Medievo que hoy disfrutamos, hunden sus raíces en una de las festividades más antiguas que se celebran en Villena, la de San José. Fiesta que dentro de un lustro cumplirá cuatrocientos años. Es decir, desde que el 27 de marzo de 1622 a campana tañida, y por petición de los vecinos, se celebró ayuntamiento general en la plaza pública, para que se votase la fiesta de San José por la devoción que le tenían. Todos los reunidos, junto a los dos alcaldes y regidores y el alguacil mayor, dijeron que en nombre de la ciudad y de los vecinos, votaban que se guardase la fiesta del día de San José como las demás fiestas que se celebraban de guardar en el año.
En el acta capitular correspondiente del ayuntamiento se dice, que en el lugar habría como trescientas personas y que por unanimidad y en voz alta dijeron que el día de San José se hiciera procesión general por los hielos. Los asistentes, además, se ofrecieron y comprometieron en aquel cabildo abierto a guardar la nueva festividad por ellos y por sus sucesores.
Comenzaba una larga historia, que nos ha traído, "gracias a la implicación de toda la población de Villena", el haber conseguido la organización de estas maravillosas Fiestas del Medievo que ahora celebramos, en las que el año pasado nos distinguieron con su visita para disfrutar de ellas, más de cien mil personas. 
Aunque quisiera dejar la rigidez de lo escrito en los anales municipales y llanamente hacer memoria desde aquí de mis recuerdos personales, de cómo era la fiesta de San José hace cincuenta o sesenta años, o mejor, como yo las vivía siendo un niño o un adolescente.
Lo que más ha quedado grabado de aquellas fiestas en mí memoria, y sin ninguna duda, creo, en la de los mayores del barrio que vivimos de niños esta fiesta en los años de 1950, son cuatro imágenes: La cucaña. Los gigantes y cabezudos. La hoguera. Y el tío de la charamita.
La imagen “del tío de la charamita”, me resulta imborrable.
Este hombre, un valenciano que se desplazaba a Villena todos los años para anunciar de buena mañana la fiesta de San José por las calles del barrio, era el auténtico protagonista del pasacalle de la víspera.
Acompañado de la chiquillería y unos pocos adultos. Y del calor de las mujeres que, al escuchar el sonido agudo de la charamita, se asomaban a las puertas o a las ventanas de sus casas, para disfrutar del baile de los gigantes y cabezudos, que desfilaban delante de él saltando al son de aquella música inconfundible. Estos bailes de los gigantes y cabezudos llenaban las calles del barrio de alegría y de una estampa llena de colorido.
La cucaña, que se plantaba en el centro de la plaza de Biar, era la atracción preferida y más esperada de la fiesta y aún hoy es de las que más nostalgia trae a los que tuvimos la suerte de disfrutarla en toda su salsa. Los numerosos espectadores que nos agolpábamos en corro alrededor de ella, para vivir de cerca el esfuerzo de los mozalbetes que intentaban con sus envalentonadas acometidas, alcanzar el codiciado premio de un pollo vivo, colgado de las patas y revoloteando en todo lo alto ante sus narices, disfrutábamos a lo grande. 
En aquellos años de la posguerra, el premio de un pollo vivo para el que coronase aquel poste, impregnado de varias capas de jabón que hacía casi imposible su ascensión por lo resbaladizo, era un botín muy deseado y apetecible. 
Y yo creo que para los participantes que intentaban alcanzar el suculento trofeo, además, suponía una hombrada con tintes de proeza, el saberse vencedor ante los demás jóvenes de la difícil porfía.
Los ganadores que se hacían con la codiciada recompensa del pollo, casi todos los años eran gitanos jóvenes que vivían en la Pedrera y las Faldas del Castillo. Así lo dicen mis recuerdos y los apellidos de los vencedores: Cortés, Santiago, Gorreta, Fernández, Maya... Aunque también es justo no olvidar el nombre de otro vecino del Barrio del Rabal, qué en más de una ocasión, les ganó la partida a los siempre campeones: Plácido Sánchez Navarro “el Zorro”. Si está escuchando el pregón, desde aquí le envío un afectuoso saludo por lo que nos hizo disfrutar a los adolescentes de entonces, con su manera de trepar por la cucaña y ganar. Saludo y recuerdo que hago extensivo también al “Chavea”, otro muchacho que vivía por el Garrofero que asimismo ganó alguna vez.
En la placeta de Biar, también se competía en las carreras de sacos; en las de bicicletas -el que llegaba el último era el ganador-; o en la habilidad, también desde la bicicleta, de acertar con un palillo en la pequeña anilla de una cinta, al final de la cual estaba escrito el nombre del premio conseguido por atinar con puntería. O el juego de la gallina ciega en el que se rompía con un palo un botijo lleno de caramelos o de alguna otra sorpresa o sobresalto.
Los más pequeños se entretenían con la elevación de globos aerostáticos, preparados para el disfrute de los críos en la herrería “del Blanco”, taller que era como el cuartel general de la fiesta. Allí, semanas antes de San José, se acondicionaba y enjabonaba el poste del tendido de la luz que los franceses, dueños de la Electro Harinera, regalaban todos los años para confeccionar la cucaña, a la par que era el almacén de toda la tramoya y artilugios utilizados para la organización de los demás concursos y juegos.
Uno de los momentos más esperados era el encendido de la hoguera a las ocho de la noche de la víspera de la fiesta. Atribución que era privilegio del cura de la parroquia de Santa María. Unos días antes, los chavales del barrio recorrían las calles del Rabal. A su paso los vecinos donaban enseres viejos para quemar en la hoguera, y maderas y sarmientos que recogían y amontonaban en un carro de mano, que conducían a la placeta de Biar para formar la hoguera.
El momento mágico de prender fuego a todos los trastos viejos recogidos, se acompañaba de disparos de cohetes y petardos.
El día de la festividad de San José, se ofrecía en la parroquia de Santa María una misa cantada, y después, a la diez de la mañana, otra misa en la ermita del santo, también cantada por el Coro Parroquial.
Por la tarde tenía lugar la procesión del santo por el siguiente itinerario: calle de San José, calle Palomar, plaza de Santa María, calle Baja, calle la Rulda y plaza de Biar hasta la ermita.
Merecedores de figurar en libro de oro del Barrio del Rabal, por su entrega y contribución a la recuperación de la fiesta de San José en aquellos primeros años son: Joaquín Ferrándiz Company, “el Blanco”, y su esposa Encarnación Hernández, hija del “tío Pepe el Ruso” el de la calle Ancha. Ya que a ellos fue a los que se dirigió hacia el año 1949 el coadjutor de la iglesia de Santa María, don José Díaz Román, en busca de ayuda. Les dijo: «La fiesta de San José está muy decaída, tenéis que haceros cargo vosotros porque esto se hunde».
Joaquín Ferrándiz, aceptó la responsabilidad de reorganizar la fiesta que delegó a su vez en sus hijos Joaquín y Ángel, poniendo a disposición de ellos y de los vecinos que quisieron colaborar -entre los distinguidos se cuenta Ramón “el Machero”-, su casa y su taller de herrería, que no era poco en aquellos años de penuria.
Su mujer, Encarnación, se encargó de hacer los buñuelos, que al mismo tiempo que resucitaron una tradición de antes de la guerra, procuraba a las fiestas de San José un medio muy eficaz de recaudación para poder hacer frente a los gastos que se producían, que si no grandes, sí que suponían un sacrificio económico para las economías del barrio.
Tras unos años organizando la fiesta, traspasaron esta responsabilidad a Manolo García Navarro “el Carujo”, que todavía hoy, casi a sus noventa años, es el custodio de la llave de la ermita desde hace más de veinte. A Antonio Mora, a Isidro Gosálvez Aznar, al “Quebra” el panadero, a Antonio del Rey “el Morica”, a Donat, a José Vicente, a Pepe Cabanes, a José Navarro Montes, a Paco Guardiola, a Andrés Sánchez, a Amado Santa, a Antonio García, a Martín Martínez, a Rafael Bañón Domenech y, entre alguno más, a Andrés Estevan Hernández “Caracoles”.
Quiero aprovechar esta oportunidad para destacar y aplaudir desde aquí a los presidentes que han dirigido la Asociación de vecinos del Rabal desde su fundación:
Jorge Martínez Tomás “Manocana”., Juan López Martínez, Ángel Giner Martínez, Pepe Cabanes Hernández. Y al eterno secretario José Luis Amorós Zapater “el Pavo”.
Al igual, que a los presidentes de la Asociación de la Ermita de San José:
Toni Gómez Ibáñez “el Lancero” y Luis Alan Brotons Hernández.
Todos contribuyeron con su esfuerzo y dedicación, junto con los directivos que les respaldaron y les ayudaron en sus respectivas gestiones, a la consecución de las grandiosas Fiestas del Medievo que disfrutamos hoy.
Ya termino. Os invito a derrochar la alegría, pero no la salud; a perder la vergüenza, pero no la cabeza; a ser amables con los paisanos y acogedores con los visitantes; a hacer compatibles la juerga y el respeto; a conservar la esencia de las tradiciones, pero sin quedar con la mirada fija atrás. El Barrio del Rabal debe ser, además de memoria nostálgica del ayer, proyecto de un mañana que recupere al completo el barrio para la ciudad.
Éste es, en fin, el deseo del pregonero, que se ha sentido honradísimo con el encargo que se le hizo en su día, y que, a falta de otras bondades, ha respondido a él poniendo todo el afecto en sus palabras, y toda el alma en su boca. Y ya dijo el poeta que sólo quien actúa con toda el alma no se equivoca nunca. Muchas gracias, y felices Fiestas del Medievo.
10 de marzo de 2017
CÉSAR LÓPEZ HURTADO

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